Nunca he sido una persona que disfrute de vivir fuera de mi zona de confort. Y a pesar de haber trabajado en eso durante estos últimos años, jamás le pude encontrar el gusto a acampar, caminar largos trayectos, ensuciarse la ropa y toda esta clase de situaciones.
Entiendo cuando la gente dice que es una experiencia que necesariamente hay que vivir, sin embargo, por mucho que sea con amigos o no, nunca voy a ser alguien al que le provoque particular emoción el hecho de dormir en medio de la naturaleza, en el suelo y en un clarísimo sentimiento de incomodidad que me invade en este tipo de situaciones.
Todo fue muy extraño, desde que montamos las carpas hasta que las desarmamos antes de irnos. Desde la total ausencia de un baño (fue algo que en tono de broma determiné como “degradante”) hasta las lluvias en la noche, que hacían que cualquier carpa que no tuviera hasta el último detalle revisado se inundara (todas tuvieron ese destino). Fue algo simplemente nuevo, nunca hubiera imaginado que a las horas estaría sentado almorzando en una lejanísima cima luego de haber caminado, gateado y arrastrado por horas.
Claramente no soy de este tipo de ambientes. Y como no podía ser de otra manera, fui motivo de burlas y chistes por parte de amigos y profesores, chistes que hicieron de mi experiencia algo un asunto más llevadero.
Pero esto de sentirme fuera de este tipo de ambiente fue lo que más me intrigó durante todo el transcurso de la excursión, y es que fui el único que pareció desagradado con la situación tan extraña en la que nos habían puesto. Poco a poco fui entendiendo el motivo, todo esto de la excursión no era solo un “paseo” o una salida a acampar, era también una tradición muy “mística” (palabra que usó Arcadio para referirse a la excursión), era un cierre, mis compañeros volvían a una excursión después de años de no hacerlo por motivo de la pandemia. Justo en su último año, justo en la última oportunidad que había, luego del esfuerzo de muchas personas, lograron darle al grado once la excursión que había pedido. Claramente soy ajeno al sentimiento, apenas llevo 4 años en el colegio. Y a pesar de que parezca mucho, no lo es. Jamás lo es cuando a las místicas de un grupo se refiere, cuando me enfrento a todos estos escenarios que no hacían más que traer recuerdos en los que yo no era partícipe.
Todo esto que digo fue resumido en un solo momento, la fogata. Luego de que las personas contaran sus historias, chistes y cosas por el estilo, llegaba un momento emocional para muchos, cantar alrededor del fuego.
Una canción que no aprendí, solo reconocía en su melodía alguna otra canción que llegué a escuchar hace años, por lo demás, la letra era absolutamente ininteligible para mí. Así como lo era el hecho de que al terminar el canto, muchas personas se desataron en llanto. Una vez más, yo era ajeno a todo esto; más que tal vez abrazar a algún amigo o amiga por pura empatía, no era capaz de entender cómo un escenario tan de película, como lo era cantar alrededor de una fogata, podía despertar sentimientos tan fuertes en las personas. Y lo único que entendí fue que, justamente, no iba a entenderlo. Y eso estaba bien, no soy una persona emocional, mucho menos de estas costumbres, ¿cómo iba yo a entender este sentimiento tan desbordado si jamás había vivido nada de lo que mis compañeros habían hecho? Nunca pasé en un colegio más de 4 años, nunca llegué a formar ningún lazo significativo con las costumbres de los lugares en los que estuve. Entonces fue cuando reflexioné y determiné que por mucha empatía que pudiera sentir, jamás iba a estar en esta misma situación, las despedidas emotivas no son lo mio, las emociones y la nostalgia tampoco lo son. Son sentimientos que jamás nacieron en mí, pero que no me impedían comprender que un cierre así y sobre todo en las condiciones en que se dio, iba a causar montones de sensaciones y nostalgia en las personas. Es el comienzo de un final, un final que es muy distinto para mí comparado con el resto de mis compañeros. Mientras la mayoría quisiera poder vivir más tiempo con sus amigos y los escenarios que se han vuelto parte de su cotidianidad, yo espero que el final de esta etapa llegue pronto, embarcarme en otras experiencias, poder enfrentarme a la vida real y poder ver cómo son las cosas en ella.
Son dos perspectivas distintas, que así como se refieren a la misma situación, también resultan en lo mismo, un agradecimiento completo al colegio. Tanto mío, por recibirme en un momento bastante complicado de mi vida y haberme incluido en sus numerosos círculos de personas así como en sus tradiciones y sus formas de ser, como agradecimiento de mis compañeros, porque el colegio se convirtió en la vida de muchos, así como amigos que se convirtieron en hermanos, profesores que se convirtieron en puntos de referencia y apoyo para muchas de las personas que me he cruzado. Para ellos y para mí el colegio fue un punto de partida, un poco tardío en mi caso, pero un inicio al fin y al cabo.
Al final, no importó qué tan incómodo estuve en la excursión, si tuve que dormir en el suelo mojado, no importó subir montañas o las heridas que tuve en mis manos. Todo valió la pena por el sentimiento de haber sido incluido en las tradiciones que marcaron y seguirán marcando la vida de muchos estudiantes del Liceo Juan Ramón Jiménez.
Alejandro Cañón, 11°A