Es la biblioteca mágica, dijo un niño de segundo cuando fue por su libro y vio que este salía de un cuarto bajo las escaleras, ese cuarto al que los niños y niñas le atribuyen propiedades mágicas y al que no entran por más curiosidad que les dé. A sus ojos la biblioteca es un lugar gigantesco y maravilloso, algunos aseguran que pasarían la vida entera leyendo para lograr acabar con todos los libros de los estantes.
Y sí, la biblioteca no es pequeña, tiene muchos libros y algunos VHS que casi todos los estudiantes desconocen, se asombran por su “antigüedad” y se preguntan cómo verlos. Hay un cajón secreto en algún lugar entre las escaleras y el cuarto mágico.
Dicho cuarto no solo alberga los libros del plan lector, de vez en cuando una araña se deja ver, sale a curiosear y vuelve a su escondite aterrada cuando alguien llega por su libro para la clase de Literatura.
Probablemente la biblioteca sí sea mágica. Las ventanas hacen que los bombillos sean inservibles y conservan siempre el calor, más de uno ha llegado a resguardarse del frío cuando el cielo es más gris de lo que quisiéramos. Cuando la puerta está abierta durante esos días, el frío entra y se acomoda en las sillas, sube al altillo, lugar predilecto de la comunidad, y se acuesta en el sofá, pero no se preocupen, siempre hay una ruana de emergencia en la silla del escritorio auxiliar en caso de que el frío se amañe.
Parece que el tiempo se me escapó y ya hace un año que llegué. Claro, me asusté con la responsabilidad de mantener la biblioteca en pie, con la cantidad de libros y con la idea de conocerlos todos. Descubrí rincones que no me fueron presentados formalmente antes, pues se requieren varios meses para conocer su anatomía, aprendí que nutrirla es una tarea más meditada que impulsiva. Y, aunque Dewey1 funciona la mayoría de las veces, en algunas ocasiones me juega la broma de esconder los libros y hacerlos aparecer de forma perversa en otros estantes.
Quizás entre los libros desubicados empezó la magia, esa que me ha enfrentado a las diferentes cosas que suceden entre los visitantes, los libros y el polvo que inevitablemente se acomoda en ellos. A las diez pasadas se escuchan las risitas de la primaria, van a llevarse un libro o a leer, algunos entran en las puntitas de los pies, porque, ya saben: el silencio, otros se acercan corriendo y se detienen en la puerta para entrar caminando tranquilos, hay quienes llegan tan agitados que no logran hablar, pero se hacen entender. A las once pasadas llega el bachillerato que, dependiendo de la época del año, va a imprimir, a leer, a encontrar paz o a charlar, casi siempre charlan.
La mayoría de días son impredecibles, siempre llega alguien diferente a la biblioteca, sea el visitante frecuente de segundo o la persona que la conoce por primera vez. A veces está tan llena que faltan sillas, a veces está tan sola que devuelvo las sillas a la sala de sistemas. Lo cierto que es todos han ido al menos una vez, la conocen, la referencian, para algunos es menos mágica que para otros, para algunos es aburrida y para otros el lugar más divertido, pero la verdad es que la biblioteca siempre está dispuesta para todos*, sean estudiantes, profes, reuniones extraordinarias, el frío, el calor, la lluvia o los pájaros que a veces entran.
1 Uno de los sistemas de clasificación de bibliotecas.
*No se alarmen si la puerta está cerrada, es para que no se amañe el frío.
Por: Jeraldine Valero – Bibliotecaria