“Si algún día pasas por el Juan Ramón, no dejes de visitar la biblioteca y pedir la colección privada de libros manuscritos de los muchos autores que hemos tenido en nuestras aulas…”
Se dice que la historia comenzó con la aparición de la escritura. El afán de los seres humanos por dejar plasmados los sucesos, las reflexiones, las fantasías, los acuerdos comerciales, la vida cotidiana, etc., viene desde que las civilizaciones se organizaron y debieron llevar el registro de lo que sucedía.
Pues bien, ese salto tan grande que tuvo la humanidad se repite en cada uno de los seres humanos que vamos siendo humanos. No son pocos los autores que han sostenido que cada niño y niña reproduce de manera sintética la historia de la humanidad. Asumiendo esta tesis como una explicación plausible, pasemos a entender la importancia que le damos en el Liceo Juan Ramón Jiménez a la construcción de textos desde el primer momento de encuentro con el espacio escolar.
Los niños y niñas que llegan a Kínder, Transición o Primero al Liceo se encuentran desde muy temprano en un terreno donde las narraciones son parte del cotidiano, donde hay mundos que navegan por la imaginación recreando los arquetipos de las culturas de occidente. Dioses, animales, seres fantásticos, héroes y villanos hacen parte de las historias que se cuentan y de las que comienzan a crearse. Los elementos del universo adquieren personalidad, voz, decisiones, se hacen vivos a través de múltiples lenguajes. Dibujos y otras formas de expresión gráfica, siempre están acompañados de textos escritos inicialmente en código personal (grafemas que se dibujan para construir oraciones y que van evolucionando hacia una escritura pre-alfabética). Esencialmente son la expresión del pensamiento propio convertido en lenguaje y simbolizado a través de esas expresiones que se plasman en el papel.
Las maestras que acompañan este maravilloso encuentro con la cultura, con los lenguajes y con las simbologías, van haciendo la labor del bibliotecario antiguo quien, con la paciencia de un curador, va recogiendo, ordenando, clasificando y conservando todo el material que produce cada uno de sus acompañados. Ellas saben que cada ejercicio que se hace deja una huella que se convertirá en un libro al final del año escolar. Libro que dará cuenta del proceso de cada estudiante.
Los escribanos de la antigüedad tenían la honrosa misión de dejar documentado para la posteridad diversidad de cosas que parecían importantes a aquellos que les encargaban el trabajo. Desde las cuentas de las transacciones comerciales, pasando por las peripecias de los gobernantes para mantener su poder y mostrar cómo se impusieron a otros, hasta los sueños de los sacerdotes al interpretar los oráculos de diversas tradiciones religiosas. Esa es la misma misión que tienen los aprendices que llegan a sus primeros encuentros con la conversión de la narración oral en una expresión escrita, gráfica.
Una vez que realizan sus primeras publicaciones para el selecto público de su familia y pares de estudio, tendrán la misión de incursionar en textos cada vez más complejos en su estructura gramatical y de significados. En segundo grado podrían tener el reto de rastrear la historia personal a través de entrevistas con sus antecesores, en tercer grado describir su encuentro con la naturaleza viva, en cuarto grado ya el libro no será el resultado de un esfuerzo individual, será la recopilación de los textos colectivos que darán cuenta de los acuerdos en el establecimiento de una comunidad humana.
Es así que cada año, en cada grado escolar, los niños y las niñas se encuentran con la concreción final de su trabajo en un objeto que se empasta, se trata con el respeto que merecen los libros, y, al mejor estilo de las obras de la edad media, cada uno de esos objetos es único e irrepetible. Son libros que no se producen en serie, se realizan uno a uno y se componen siguiendo el ritmo de cada uno de sus autores, bien sean individuales, bien colectivos
Por José Pablo Jaramillo